jueves, 24 de enero de 2008

Kioto: hipocresia y mercado.

Cada vez que un problema trasciende de lo local, en este mundo globalizado, los intereses nacionales se "disfrazan" de responsabilidad. Se organizan cumbres, la prensa y las televisiones nos envían un mensaje de cambio, de coordinación supranacional.

En el caso del problema del cambio climático, una pseudoconciencia de los llamados países industrializados nos vende una actitud que, si no miramos un poco más allá, tan solo conseguirá engañarnos (una vez más).

Todos hemos oído hablar del Protocolo de Kioto, un acuerdo de 1997 de los países de la ONU que tiene como objetivo la reducción de los gases de efecto invernadero. Después de años y años de discusiones, el acuerdo entró en vigor el 2005 con el tan sólo 55 naciones que en conjunto suman el 55% de emisiones contaminantes que arrojamos a la atmósfera. La conferencia de Bali del año pasado fue el último intento de establecer una "hoja de ruta", después de que países como EEUU o China mostraran más bien poco interés en los acuerdos.

A mí , lo que me interesa de todo este embrollo es observar el nivel de hipocresía absoluta de nuestro mundo actual. Cualquier argumento se rebate, cualquier idea se sustituye por otra... se acabó la verdad absoluta.

La misma cumbre de Bali emitió, con sus más de 10.000 asistentes llegados en avión, tantas toneladas de CO2 como un país pequeño del tercer mundo en todo un año. Justificación? Los acuerdos ayudarán a reducir muchísimas toneladas más.


Los países industrializados van "de buenos", dicen que son los pobres los que no quieren el acuerdo. Los pobres dicen que ellos también tienen derecho a progresar, contaminando. Nadie se pregunta qué nuevas fronteras mafiosas se presentan con éste protocolo. Se establece un sistema de cuotas de contaminación. A cada país se le asigna un tope. Si se pasa, puede comprar derechos de contaminación de otros países que no hayan llegado a su tope. Se crea así un mecanismo chantajista: el país rico contaminante excede su cupo, pero no le importa, ya que compra los derechos a otro pobre que no puede contaminar, ya que ni siquiera tiene la industria para hacerlo (ni le interesará hacerlo, ya que cobrará "por nada"). Por supuesto, este flujo de compra-venta de derechos se realiza entre empresas certificadas, con lo que el pobre ciudadano de a pie, por supuesto, no se enriquece.

Os pondré un ejemplo "macabro": una empresa alemana A de disolventes excede su cuota de emisiones contaminantes y compra derechos a una recién creada empresa camboyana B que fabrica alpargatas. Con los derechos adquiridos, que le han costado 1 millón, puede facturar 100 millones más, y seguir ennegreciendo la atomósfera europea. La empresa camboyana B, con su millón, no puede fabricar más, ya que no puede emitir más gases. Por eso los dedica a adquirir tecnología ecológica de otra empresa alemana C, del mismo grupo que la primera. Todo acaba siendo maravilloso (para los del consejo de administración de A), si la empresa camboyana B también forma parte del conglomerado empresarial.

En definitiva: está de moda ser ecologista, pero de un modo modernamente capitalista. Las empresas pioneras están adquiriendo industrias emergentes que les sirvan de emisoras de derechos para su verdadero negocio. Las grandes corporaciones ya están calculando el difícil equilibrio entre el coste del derecho de emisión de gases y el beneficio adicional que esa compra de derechos genera.

Y mientras tanto, la brecha entre uno y otro mundo sigue creciendo. Y lo que es peor, hemos vuelto a cometer el mismo error: convertir un problema en una nueva oprtunidad de "progreso", generando problemas nuevos que hagan olvidar el problema inicial. ¿cuánto tardaremos en olvidarnos del cambio climático? ¿cuál podrá ser el nuevo problema, qué gravedad tendrá?