sábado, 10 de mayo de 2008

La Segunda gran Depresión

Después de la primera guerra mundial, EEUU vivió unos años de expansión que parecían no tener fin. Su privilegiada posición como "reconstructor" de una Europa destrozada, su industria trabajando a toda máquina (nunca mejor dicho), y sus campos bendecidos por una serie de grandes cosechas consiguieron aunar en su territorio los pilares fundamentales del modelo capitalista: las materias primas, la fuerza de trabajo y la innovación que el capital hacía posible eran suyas.

Para acabar de endulzar el pastel, una nueva forma de enriquecerse estaba al alcance de cualquiera: el mundo de las finanzas y la especulación. El cóctel estaba servido: las empresas cotizaban en mercados de capital, la bolsa, donde sus acciones subían y subían sin parar enriquecíendose rápidamente y sin esfuerzo. La banca, como motor imparable que aceleraba el proceso, otorgaba créditos a un interés del 15% para comprar acciones que se revalorizaban un 50%. Negocio redondo, magia: se creaba riqueza de la nada.

Sin embargo, un Jueves 24 de Octubre de 1929 todo eso llegó a su fin: había llegado el crack del 29. La primera burbuja financiera de la Historia había explotado. Como se vio más tarde, esa bonanza económica no tenía una base sólida. La producción industrial forzosa (y forzada), generó unos excedentes de stock, los almacenes se llenaban de productos que no se podían vender, simplemente porque no había tanta demanda. Cuando una oleada de ventas precipitó la caída del valor de la mayoría de empresas, el pánico se apoderó de la población que tenía sus ahorros en los bancos, que no pudieron hacer frente a la masiva retirada de fondos. Empezó una recesión que duraría casi dos décadas.


Ochenta años después, muchos teóricos apuntan a que estamos a las puertas de la segunda gran depresión. Pasada la posguerra, caído el muro de Berlín, el neocapitalismo y la globalización volvieron a hacer pensar que el sistema actual, con sus defectos, era el único posible. Treinta años ininterrumpidos de crecimiento (a costa muchas veces de los países más desfavorecidos), ha hecho olvidar las lecciones del pasado. El cóctel de hoy tiene otros ingredientes, pero podrá dejarnos el mismo sabor amargo que en el siglo pasado:

La crisis financiera de EEUU, provocada por las llamadas hipotecas subprime, ha sido la chispa. Estas hipotecas, de alto riesgo, se otorgaban a personas poco solventes y casi sin pedir garantías, a cambio de un tipo de interés más elevado. A su vez, otras entidades (fondos de inversión o planes de pensiones), compraban esa deuda también a través de un crédito de interés inferior.

Imaginemos el lío: un banco A tiene otorgada un hipoteca subprime al 8% de interés, pero la vende a un gran fondo de inversión B, que para financiar esa compra pide un crédito al 3,5% . Está claro que todos ganan: A ha dejado de tener el riesgo, ya que ahora es de B, que espera cobrar los intereses al 8%. Como el coste de financiarse para comprar esa deuda de A ha sido muy inferior, obtiene un beneficio fácil y sin esfuerzo. Pero el mercado de capitales financieros actual, tan sofisticado y globalziado, B puede a su vez "colocar" de nuevo esa deuda (por ejemplo a un mercado de divisas que le sea favorable). De nuevo el milagro de los panes y los peces.

Este montaje se aguanta mientras haya liquidez en el sistema, es decir, mientras A dé dinero para la hipoteca y B pueda obtener dinero para comprarla. Y en el sistema habrá liquidez mientras haya margen para agrandar la burbuja. En EEUU, con tipos de interés muy bajos, el precio de la vivienda subiendo sin parar, se daban las condiciones. Pero a partir de 2004, cuando empezaron a subir los tipos de interés, el primer eslabón de la cadena, el más débil, se rompió. Las personas de a pie dejaron de pagar sus cuotas, y una crisis de confianza en los mercados cerró el grifo: nadie sabía realmente quién era el titular del riesgo. Los inversores empizan a huir de los fondos que tienen la titularidad de esas hipotecas... el castillo de naipes vuelve a desmontarse.

Aquí y ahora, todo esto nos parece muy cercano. Las familias endeudadas ven cómo su inversión pierde valor, la economía real se ve afectada. Se frena la actividad (paro), los precios (y no solo del dinero) suben sin parar y la inflación empieza a afectar a la economía del día a día.

Sólo el tiempo dirá si estamos a las puertas de un bache temporal o del cambio delas reglas del juego tal y como hoy en día las conocemos. Una cosa está clara: aprender de los errores y anticiparnos a los problemas no son características de nuestro tiempo.